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Yo, el «Padre Joven» del Derecho Informático en Chile

En abril pasado, en un Simposio realizado en San José de Costa Rica sobre Redes Sociales y Derecho, el organizador me presentó como “Carlos Reusser, padre joven del Derecho Informático en Chile”.

Enrojecí con una mezcla de pudor, risa y vergüenza, pues lo consideré una denominación entre desmedida y cómica, ya que de joven no me queda ni el espíritu y de “padre” de una disciplina jurídica, más encima en una especie de embarazo adolescente…

Más tarde me puse a pensar qué cosas podían haber llevado a Juan Diego Castro (en la foto), a quien no conocía personalmente, a llamarme de esa manera.

Claramente no soy el pionero en la materia en Chile, pues ello es mérito de los Sres. Hajna, Lagreze y Muñoz en 1989, ni tampoco el autor más sólido en el área, como si lo es Ruperto Pinochet Olave, ni el más destacado de los docentes, como Lorena Donoso Abarca, entonces, ¿por qué sería yo el “padre joven”? (que si, que si, que hay varios otras personas dignas de mención, pero es que no estoy haciendo un listado).

Si desentraño un poco el asunto, lo de “joven” es una cuestión generacional: quien me asignó el mote se interesaba en temáticas de informática jurídica cuando yo tenía 10 años (1984), en cambio quien escribe se incorporó a un centro de informática jurídica recién en 1996, cuando era estudiante de pregrado de Derecho.

Pero claro, la informática jurídica me aburría a mares (y me sigue aburriendo) y más encima tenía escaso sustrato jurídico, así que decidí que había que reorientar el asunto hacia el emergente Derecho Informático, nacido como idea en Alemania en los 70` pero muy débil en América Latina, y en ese proyecto embarqué a Lorena Donoso, entonces recién llegada de la Complutense de Madrid.

Con los apoyos necesarios, generé proyectos para la Universidad de Chile que el Ministerio de Educación nos adjudicó, creando cátedras de Derecho Informático e Informática Jurídica, y adquiriendo de paso bibliografía, equipamiento tecnológico y hasta un par de cómodas butacas que nos sirvieron para retratar (durmiendo) a eminentes profesores.

Y de ahí no se paró más: creamos cursos de perfeccionamiento para profesionales, fundé la Revista Chilena de Derecho Informático, organicé Seminarios y cursos de especialización, trajimos a Chile el Congreso Iberoamericano de Derecho Informático, apoyé la creación de un Diplomado en Derecho Informático, me fui a España a perfeccionarme y levantar redes de contactos, trajimos profesores de alto nivel, inventé el Magíster en Derecho de la Informática y de las Telecomunicaciones (el primero de América Latina), promoví asociaciones formales e informales con académicos y Universidades extranjeras, oficié de curador de la colección bibliográfica en Derecho Informático más completa del mundo de habla castellana, creé los Encuentros de Derecho y Tecnologías que se siguen realizando año a año en forma abierta y gratuita (arruinándole el negocio a varios), contribuí a la fundación del recién establecido Instituto Chileno de Derecho y Tecnologías y ya estoy inventando programas de postítulo y postgrado, además de proyectos de desarrollo para varias Universidades.

Si, mirado el conjunto puedo entender lo de “padre joven”, pues me he ocupado permanentemente (horror, ¡llevo 15 años en esto!) de la difusión, promoción y sustento científico del Derecho Informático en el país, trabajando en el backstage de un Deus ex machina que exige sacrificios pero que ha tenido reconocimiento internacional en cuanto al nivel de la actividad desplegada.

En fin, desde 1996 he participado de casi todas las iniciativas que se han llevado adelante en el país en materias de Derecho Informático y, mirado hacia atrás, me siento muy orgulloso de ello aunque hay fines de mes que sospecho que no se trata de una actividad tan rentable como el dedicarse a formar sociedades comerciales, excarcelaciones o asuntos tributarios, pero sin lugar a dudas tiene costos personales mucho más bajos que el dedicarse a la defensa jurídica de los derechos humanos, mi segunda área de especialización, que suele comprometer emocionalmente.

Si, me gusta el título de Padre. Me lo quedo, aunque lo de joven ya no pasa el test del espejo.

A la salida del evento un estudiante me atajó para decirme que era todo un honor conocer a un «referente». Ese sí que me estaba hueveando.

 

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