En la edición de El Mercurio del martes 22 de diciembre pasado, Alex Pessó Stoulman, gerente legal de Microsoft Chile, presenta a los lectores un encantador sofisma al afirmar que, como consecuencia de la piratería de productos, la industria deja de percibir US$ 330 millones. Reproduzco parte de sus postulados:
Hace unos días, la Business Software Alliance anunció que sólo durante el período de compras navideñas esta industria dejará de percibir una cifra cercana a los US$ 30 millones producto de la piratería. Monto que calculado anualmente asciende a unos US$ 200 millones.
En el caso de la industria editorial, sus pérdidas superan los US$ 25 millones anuales, mientras las industrias musical y cinematográfica se ven afectadas por montos que bordean los US$ 30 y US$ 70 millones al año, respectivamente.
Si sumamos estas cifras llegamos a un total de alrededor de US$ 330 millones que dejan de ser percibidos producto de la piratería, lo que sumado a los perjuicios que genera el comercio ilegal, que incluye los artículos de contrabando y robados, da un total de US$ 1.000 millones en pérdidas para la economía.
Estas cifras son alarmantes y constituyen uno de los grandes desafíos si queremos ser un país desarrollado, donde imperen las buenas prácticas, se proteja la propiedad intelectual y se incentive la innovación al mismo nivel que nuestros “compañeros de banco” en la OCDE.
En otras palabras, lo que dice es que si no existiera la piratería de productos, los chilenos comprarían en el mercado formal US$ 330 millones en software, música, libros, etc., cuando es de total evidencia que por sus elevados costos y barreras de acceso ello no es ni remotamente posible.
Sostiene también otro sofisma: que si Chile quiere ser un país desarrollado debe respetar la propiedad intelectual en su dimensión de “pasar por caja”, cuando la verdad es que el factor de desarrollo real es la democratización del acceso a los bienes y servicios culturales para todas las personas.
Ayudaría mucho a la discusión una mayor honestidad en los argumentos que se invocan por los intervinientes del juego de la propiedad intelectual.
Ya estamos muy viejos para los encantadores de serpientes.