Hace algunos días un hombre, sin causa aparente, disparó a seis personas que no conocía en el vagón del Metro de Santiago, matando a dos de ellas. Luego se marchó, para suicidarse a pasos del lugar.
Y ahora, como no se entiende este trágico sinsentido, leo que le han encargado a peritos la construcción del perfil psicológico de un muerto (a través de una sesión espiritista, supongo).
Yo no me voy a referir a este caso, del que no sé más que cualquiera de ustedes, pero a propósito del mismo quiero hablarles de algo nuevo, que está muy vinculado a este tipo de hechos.
Partiré diciendo que las neurociencias son un área emergente del conocimiento que se dedica al estudio del cerebro utilizando herramientas de la biología, la genética, las neuroimágenes, la neurología, la psiquiatría y la psicología para comprender su funcionamiento normal y anormal.
Tuvo un decidido impulso en 1966, hito marcado por el caso de Charles Whitman, quién se subió a la torre del reloj de la Universidad de Austin (Texas), y provisto de varias armas de largo alcance mató a 14 personas e hirió a 32.
Whitman no era en su vida diaria muy distinto a cualquier persona, pero tal como escribió en sus cuadernos, deseaba que después de su muerte (porque asumía el suicidio) se estudiara su cerebro y se investigara porqué había comenzado a tener recurrentemente ideas extrañas, incontenibles ataques de ira y fuertes dolores de cabeza.
Abatido por la policía, se le hizo una autopsia que permitió descubrir un glioblastoma multiforme (un tipo de tumor) que comprimía la amígdala cerebral, que es la zona del cerebro que controla la ira, la agresividad y las emociones.
Creo que de haber sido capturado vivo, hoy no se tendría mayores problemas en declarar como NO CULPABLE a Whitman, dado que las tecnologías permiten “ver” el tumor que alteró gravemente la percepción, el conocimiento, el sentido de la gravedad y la culpa, el juicio y el control y ejecución de las conductas, y demostrar este hecho ante un tribunal.
Pero ahora podemos ir mucho más allá aún: a través de neuroimágenes (“fotografías” del cerebro en funcionamiento) realizadas recientemente en psicópatas se ha detectado de manera muy significativa que sus cerebros, carentes de lesiones (ni derrames, ni tumores ni nada), presentan alteraciones funcionales.
No hay causa aparente, pero el hecho es que independientemente de la voluntad del sujeto, funciona mal la forma en que reciben información del mundo y de la manera en que deben comportarse y tomar decisiones o comprender su entorno social.
Hoy son considerados y juzgados como “normales”, esto es, como si la psicopatía fuera un modo de ser de las personas y no una anomalía, y sin embargo este descubrimiento hace tambalear las bases de la responsabilidad penal, pues aparentemente la libertad y libre albedrío de los psicópatas, son una ilusión. Si las cosas son así, hemos errado gravemente: por años se ha recluido a personas etiquetadas como psicópatas en la cárcel, cuando en realidad debieron ir a una institución psiquiátrica.
Pero claro, las neurociencias y sus proyecciones en el mundo del Derecho constituye una óptica nueva, con alcances y límites en los que se debe trabajar.